martes, 20 de noviembre de 2012

El derecho a morir con dignidad


Me permito  presentarles un resumen de un artículo publicado en el periódico francés Le Monde, por la Asociación Francesa por el Derecho a Morir con Dignidad, en una traducción libre, pero que Ustedes  pueden conseguir en original, e in extenso, en el siguiente link: http://www.lemonde.fr/idees/article/2012/11/02/parce-que-mon-corps-m-appartient_1784824_3232.html?fb_action_ids=49491

El derecho a morir con dignidad, la ayuda activa para morir, la eutanasia, el suicidio asistido, según nuestras consideraciones semánticas, no debe ser un asunto médico. Es cierto que este derecho concierne a los médicos, que son los artífices -en el buen sentido- de nuestra elección de fin de vida. Es cierto que  es en base a su diagnóstico, a sus conocimientos y experiencia, que decidimos el fin de vida.

Recordemos de paso que la muerte es un evento considerable, es nuestro lugar común, el destino de todos. Precisemos que todos los que leen esto estarán muertos dentro de cien años. Entonces, mejor acostumbrarnos a la idea tranquilamente.

El derecho a morir con dignidad, reclamado desde hace 32 años por la Asociación Francesa por el derecho a morir con dignidad, tiene el respaldo de los franceses que se declaran mayoritariamente a favor de la eutanasia (entre 86 y 94 %, según las encuestas, de forma constante desde hace 20 años).

Debemos comprender de lo que se trata, fuera de las caricaturas que nos acusan de querer eliminar a nuestros ancianos.

Desde hace muchos años, y desde que la medicina ha hecho progresos considerables, logrando alargar la esperanza de vida a niveles récord  los deseos de vivir de mujeres y hombres han sido ocultados. “Dejadnos hacer, nosotros sabemos lo que os conviene” se nos dice en esos inmensos hospitales con tecnología intimidante.

Según una ley del 2002, y vista la experiencia de los años del Sida, los pacientes, que siguen siendo ciudadanos, sin importar su estado de salud, decidían los protocolos y los procedimientos que se les podían aplicar. A su conveniencia, bien informados, ellos decidían lo que consideraban mejor para ellos mismos.

Pero en 2005 se votó una ley que cambiaba los roles y les daba a los médicos un poder casi absoluto sobre sus enfermos. En pocas palabras, ni las directivas anticipadas del enfermo con relación al final de su vida, ni la opinión de la persona legalmente designada por éste, tenían validez sobre la opinión y la decisión del médico.

Lo que exigimos, como representantes políticos, como representantes del derecho a morir con dignidad, es que el enfermo terminal recupere, por él y sólo por él, la capacidad de escoger y decidir lo que prefiere para terminar sus días.

Sea, y hay que respetarlo, que decida que se le mantenga, porque está inscrito en una línea de vida espiritual, familiar, que le ordena a esperar el día de mañana.

Sea que pide ser llevado a una institución de cuidados paliativos, (que no existen en nuestro país)…

Sea, y es el centro de nuestras reivindicaciones, que solicite ayuda activa para morir –eutanasia o suicidio asistido- según su capacidad de cumplir o no él mismo el proceso, porque considera que lo que le resta de vida no vale la pena a causa del dolor y el sufrimiento.

No nos engañemos. Propugnar por el derecho a morir con dignidad es militar por un marco legal que evite los caminos incorrectos, la clandestinidad y las transgresiones que existen hoy en día, para asegurar a cada uno la libre elección y el libre control de nuestra línea de fin de vida, cuando la muerte, ineludible, se asoma al final de nuestro camino.

Después del derecho al aborto, de la abolición de la pena de muerte, ha llegado el momento del derecho a morir con dignidad. Es una simple cuestión de libertad individual y de dignidad.