El tiene a su cargo la lucha contra la criminalidad y en esa vía ha organizado un equipo para-policial que persigue y mata a los ladrones, atracadores, tumba cadenas y descuidistas que pululan por nuestras calles.
Pero ese equipo se ha convertido, a su vez, en competencia de los malhechores, solo que con la anuencia y la protección de quien debe perseguirlos.
Ahora se dan dos clases de atracos: los oficiales y los no oficiales. Estos últimos se resuelven de inmediato, con el apresamiento o con la ejecución de los perpetradores. Pero los asaltos, atracos, escalamientos, robos de vehículos y secuestros cometidos por la banda oficial quedan siempre impunes.
Hace unos días, un grupo de forajidos detuvo un vehículo que llegaba al pueblo y sacó al conductor de manera violenta del mismo. Lo registraron y le quitaron todo lo de valor que traía encima.
Uno de los asaltantes se puso al volante y el jefe le dijo al joven: "váyase a pie, que este vehículo es mío ahora."
El joven llegó, efectivamente a pie, hasta el pueblo y entró a una farmacia, para que lo dejaran, por favor, hacer una llamada local, pues los cacos lo habían dejado sin dinero y sin celular.
Al poco rato se presentó al lugar una patrulla de la Policía Nacional en una camioneta y lo llevó de inmediato al cuartel de la institución, donde lo esperaba su padre, el general S.
Pero para su sorpresa, al lado del general estaba un oficial uniformado, con rango de capitán, que el joven reconoció de inmediato como el jefe del grupo que lo había despojado, apenas dos horas antes, del vehículo en que él venía a sorprender a su padre, con una visita inesperada.